El viejo bosque de encinas

 

 

 

El sol se desperezaba lentamente y con sus parpadeos iniciaba el torpe despertar del pequeño bosque de encinas, las ramas se agitaban suavemente acompasando al viento y los nidos de ruiseñores iniciaban el melódico ritual del amanecer mientras un pequeño riachuelo atravesaba el bosque por el norte dirigiendo sus pasos cansados al sur buscando a sus hermanos para acompañarse en su viaje al mar, todo estos elementos conformaban la sinfonía de un nuevo día y a pesar de los años vividos su sonido aun conmovía a Mardus hasta lo mas profundo de su ser. Sentado al pie de un viejo alcornoque recordaba los viejos cuentos que le relataba su padre cuando era niño, de como los Moros cuidaban los bosques tomando solo las cortezas de los árboles dejando su anaranjada desnudez resplandecer frente al sol agonizante de las tardes veraniegas y el aroma que estos desprendían al amanecer cuando embriagados agitaban sus copas al viento.

 

Cuentos de viejos – se decía así mismo mientras alistaba su pesado bolso – Jamás he visto un Moro en mi vida. – Refunfuño

Suspiro y se despidió del bosque, tomo su alfanje y lo colgó en su costado busco la herrumbrosa llave de sus tesoros colgado del cuello sujeto fuertemente su pesado bolso y de un tiro la poso sobre su espalda enrumbo paralelo al riachuelo algunos metros antes de adentrarse hacia el este, hacia su casa.

 

Era ya casi mediodía y el sol había dejado de ser amable y derramaba con violencia toda su incandescencia sobre los hombros de Mardus las fronteras del bosque eran cada vez mas cercana y la montaña comenzaba a darle la bienvenida a su hijo.

 

Pronto estaré en casa – Se dijo mientras se acomodaba la plateada barba –

 

De pronto un poderoso rugido rompió la calma del lugar, las aves huyeron espantadas de las copas de los árboles y Mardus se dejo caer al suelo con el aliento aprisionado en su boca.

 

Debo llegar a los árboles – pensó mientras observaba inquieto buscando el origen del rugido – estoy en un claro aquí soy presa fácil.

 

Dejando todas sus cosas oculta en una roca grande tomo el alfanje y rápidamente se oculto entre los árboles, cerca de el se levantaba una columna de polvo que ocultaba la visibilidad en una distancia considerable, atemorizado Mardus dudo un instante y quiso huir.

 

Que monstruosa bestia puede causar todo ese alboroto – pensó –

 

Avanzo lentamente hacia el origen del estruendo y conforme se acercaba se escuchaba un sordo ronroneo y un espantoso olor envolvió el lugar. Tuvo que contener la respiración para buscar un lugar alto de donde observar, si seguía allí moriría sofocado.

 

Trepo a un sicómoro y se escondió entre sus elevadas ramas y lo que vio lo dejo sin aliento.

 

Bajo el árbol se encontraba una bestia gigantesca su lomo azul cobalto brillaba resplandeciente al sol y sus ojos eran negros como la noche, sin embargo yacía quieto y en silencio hasta juraría que parecía muerto.

 

De pronto y para su sorpresa los costados de la bestia se abrieron y cuatro figuras tan altas como el monstruo salieron de el, Mardus estaba en shock.

 

Era obvio para el que el monstruo era en realidad una especie de transporte jamás había visto nada parecido pero había vivido tanto tiempo entre las montañas y el bosque que tal vez en ese transcurrir se había perdido de algo.

 

El idioma de los gigantes era extraño para el, sin embargo algo si pudo reconocer. Las risas.

 

Se quedo el día contemplando a los gigantes pacer por las cercanías al bosque, conforme los observaba se pudo dar cuenta que era una familia, y las risas mas estruendosas era de la menor del grupo que aunque siendo pequeña prácticamente le doblaba el tamaño.

 

Serán estos los Moros de los que hablaba mi padre – se pregunto –

 

Agotado hasta la medula bajo del árbol tratando se no ser visto se escondió entre la raíces del árbol estaba cómodo y oculto. Pensó que seria una locura salir de allí sin ser visto, así que decidió permanecer oculto y vigilante.

 

Mardus estaba acurrucado entre las hojas amarillentas, aun somnoliento no recordaba donde estaba de pronto se sintió observado y se le congelo la sangre. Giro lentamente, sabia que había sido atrapado, sentía la respiración de su captor y el peso de su mirada en su espalda. Estaba casi oscuro pues había dormido parte de la tarde había sido torpe y descuidado y eso podía costarle la vida y el lo sabia. Giro resignado y levanto la vista esperando el ataque.

 

Una risa traviesa lo envolvió y unos ojos divertidos lo observaban como esperando algún movimiento que eleve aun mas el caudal de su diversión, la niña gigante lo había encontrado mientras dormía. Se puso pálido como la nieve.

 

La niña se acerco hacia el y dejo en sus pies un trozo de pan y una aceituna. Acaricio su barba mientras le decía algo en su extraño idioma. El rugido de la bestia volvió a sacudir el lugar y el líder del grupo llamo a la pequeña, esta se despidió de Mardus dándole una palmadita suave en la cabeza y devolviéndole el sombrero que había perdido mientras dormía luego con un gesto se despidió y salto lejos del árbol.

 

Paso un buen rato desde que se fueron y Mardus seguía en shock, fue a buscar sus cosas que aun permanecían oculta en la roca y camino hacia la montaña con mil preguntas que hacerle a su padre, luego recordó la risa traviesa de la niña y sus enormes ojos azul sediento y sonriendo subió a la montaña.

 

Bueno ha sido un día ¿agotador no es cierto chicos? – dijo el papa dirigiéndose a sus hijos –

Marla ¿Que te pareció el bosque? ¿Te ha gustado?

 

La niña sonreía de oreja a oreja y saltando desde el asiento posterior del auto le dio un sonoro beso a su padre.

 

Si papi me ha gustado mucho el bosque porque hice un amigo muy simpático.

 

¿Así que amigo conociste? Pregunto la mama

 

No me dijo su nombre pero prométeme que volveremos otro día, quiero volver a jugar con mi amigo el gnomo.

 

El auto se lleno con las risas de la familia celebrando las ocurrencias de Marla mientras se acercaba raudamente a la ciudad que iluminada esperaba su llegada.